
En el sueño el hombre se reconsidera; quizás se siente bicicleta y sus ideas pedalean a lo posible de lo imposible, quizás el niño ya no juega a la pelota, ni hace las travesuras que le acostumbraban en las calles rozadas regadas por sus delicadas y tiernas mejillas. No es la impúber mujer que lleva sus ideas tropezadas de bajo pudor y en la cama pudorosa muestra sus senos de delicados pezones a la boca camaleónica que enciende su líbido y muerde los exabruptos de su sexo deseable.
Aunque no logra comprender lo complejo de su unidad- saberse bestia y saberse idea- la vive de lo mas corriente, se mantiene en sus sueños, realiza todas las posibilidades del caso y las disfruta; se identifica con ellas. El hombre piensa en lo de bestia que hay en el. Es cierto que no analiza en los momentos animales que lo caracterizan; actúa como vaca cuando su docilidad y humildad lo colman, y como gallo cuando su orgullo lo rebosa; en fin actúa como animal cuando su instinto egoico posesiona su personalidad.
Con esfuerzo el hombre aparta lo animal que hay en el; se adentra en sus ideas, completamente aligerado sonríe y camina despacio. La calle parece una perspectiva prolongada al infinito. Aparece la necesidad de interpretar, pero el erotismo que lo circunda lo eleva al clímax; la miel de la ilusión tronchaba sus facultades naturales; sus habilidades caían morbosas por la cascada de su fantasía. Sus sueños, como ecos, rebotaban penosamente debilitándose a cada golpe en las paredes encumbradas de sus monumentos oníricos.
jamas se sentia turbado por caprichos, pero ignoraba que sus sueños, con sus incompletos e intermitentes organigramas astrales, esquiaban penosamente en el hielo de sus antojos inalcanzables; antojos que el se empecinaba en conquistar, penetrando, por tanto, en la circunferencia viciosa en la que el, como un punto se desplazaba, sin encontrar la centrífuga que lo ayudara a salir de ella, convirtiendose en un instrumento de su ignorancia.
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