jueves, 11 de noviembre de 2010

Del Mundo de las Ideas... (II)

Porque a  diferencia de lo que se ha creído el hombre es un amasijo –por demás informe- de ideas que copulan el ser completo, revoltorio de egos escondidos preocupado por alimentarlos, luchando desesperadamente hasta inmolarse por defenderlos, como si entendiera imposible vivir sin ellos. Es que realmente no es fácil para el entendimiento del hombre saberse bicho desde el inicio mismo de su existencia; recordarse repulsivo, desagradable no es parte de su cultura.

En el sueño el hombre se reconsidera; quizás se siente bicicleta y sus ideas pedalean a lo posible de lo imposible, quizás el niño ya no juega a la pelota, ni hace las travesuras que le acostumbraban en las calles rozadas regadas por sus delicadas y tiernas mejillas. No es la impúber mujer que lleva sus ideas tropezadas de bajo pudor y en la cama pudorosa muestra sus senos de delicados pezones a la boca camaleónica que enciende su líbido y muerde los exabruptos de su sexo deseable.

Aunque no logra comprender lo complejo de su unidad- saberse bestia y saberse idea- la vive de lo mas corriente, se mantiene en sus sueños, realiza todas las posibilidades del caso y las disfruta; se identifica con ellas. El hombre piensa en lo de bestia que hay en el. Es cierto que no analiza en los momentos animales que lo caracterizan; actúa como vaca cuando su docilidad y humildad lo colman, y como gallo cuando su orgullo lo rebosa; en fin actúa como animal cuando su instinto egoico posesiona su personalidad.

Con esfuerzo el hombre aparta lo animal que hay en el; se adentra en sus ideas, completamente aligerado sonríe y camina despacio. La calle parece una perspectiva prolongada al infinito. Aparece la necesidad de interpretar, pero el erotismo que lo circunda lo eleva al clímax; la miel de la ilusión tronchaba sus facultades naturales; sus habilidades caían morbosas por la cascada de su fantasía. Sus sueños, como ecos, rebotaban penosamente debilitándose a cada golpe en las paredes encumbradas de sus monumentos oníricos.

jamas se sentia turbado por caprichos, pero ignoraba que sus sueños, con sus incompletos e intermitentes organigramas astrales, esquiaban penosamente en el hielo de sus antojos inalcanzables; antojos que el se empecinaba en conquistar, penetrando, por tanto, en la circunferencia viciosa en la que el, como un punto se desplazaba, sin encontrar la centrífuga que lo ayudara a salir de ella, convirtiendose en un instrumento de su ignorancia.

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