miércoles, 30 de noviembre de 2011

Breve Historia Del Drama De Los Dos...

Era su vida un cosquilleo, un desespere que arrastraba su ser a un nauseabundo constante y a un eterno confuso, aquello de querer saber si es lo que se es o se es lo que se siente o lo peor, si realmente se es lo que se vive. La amplitud que sus ojos miraban tenía ese gris tan propio de lo nefasto. Pero no todo había concluido, misteriosos verdes aleteos suscitaban ocasionalmente en su pecho y volvía al mundo sus alocadas ñoñerías que mostraban su fondo ingenuo. Vivía con Ha… que disfrutaba indiferente a sabidas cuentas de la virtud de reír que le caracterizaba. Esas comisuras siempre risueñas, no importa la situación, el lugar, hacía todo por sentirse feliz, era lo que le importaba; Ha… consideraba que el egoísmo bien aplicado es un arma que no pretende dañar al semejante, se limitaba a pensar que se sentía bien y que el otro y los demás debían sentirse bien, de no lograrlo esa era su desdicha. Es una relación de dos, insiste en recordarle, Ha… no se inmutaba ¿Quién lo negaba? Por eso somos pareja, pensaba, sin decir una palabra y sin gesto alguno.

Todo en el entorno era muestra palpable de la distorsión emocional que rebosaba su alma noble. El anticuado mantel de plásticos superpuestos que cubre la madera de la mesa resaltaba por su apariencia de café hace mil años derramado, el jarrón transparente con sus orillas filosas por la fragmentación, decorado con polvo y algunas ramas secas con rastros de antigua y florida vitalidad; las sillas desorganizadas ausentes de higiene recuerdan cuatro atacamas llorando angustiadas por la mas insignificante gota de agua.

La razón de completarse tampoco la comprendía. Conoció a Ha… en tiempos de zafras hormonales desembocadas en el ideal permanente de lo sublimemente tierno; saberse entre brazos ajenos pero deseables merecían el azar, la incertidumbre ¿Qué importaba? Lo efímero e inexplicablemente breve de ese instante era el mejor compromiso de extensión que podía sentir, y sintió… Mundos completos transpiraba su piel en sinuosas descargas que le llevaron a proyectar en el tiempo y en esos inmedibles segundos vio toda su vida repartiendo pétalos multicolores de una flor inagotable que se nutría de su pecho. La vida son estos momentos, se decía en el fragor del combate benigno entre los cuerpos. Todas las mañanas se levantaba con Ha… en alguna partecita del interior de su frente, con su olor, su mirada, su todo. Algunos rastros sucesivos que insistió ignorar le dieron señales claras de la inquebrantable e insufrible personalidad de Ha... Y llegó el día maravilloso que completó sus oníricos desvelos. Se había casado. Vivía para los deseos del otro, llenaba sus gustos y curiosidades olvidando que existía individualmente.

Con los años pasó a ser una rama prendida de un tronco indiferente, que aplicaba su fortaleza para la realización extrema de su auto disfrute; una de esas ramas secas desheredadas, que ven reverdecer y fortalecerse una y otra vez las contiguas, mientras plagas consumen su vitalidad y sólo queda la espera sin futuro de estrellarse, reconociéndose desperdicio, en el sucio suelo, resultando en abono que alimentará las raíces que nutrirán la fuente que generaba su desprecio. De ahí su mayor confusión, se es en realidad persona completa o se es pedazo de persona cuando no está la llamada “otra mitad”.

Habitan colibríes en su estomago. Esas inexplicables sensaciones que indican un no se qué, le atrapaban a medida que subía las estrechas escaleras que conducían a su puerta. Todos los días replicaba la escena, honda monotonía en espera de ese tropiezo que le hiciera por fin levantar los pies; el picaporte gastado, grasiento, esperaba la mano que diariamente y a la misma hora significaba su existencia. Ha… se encontraba en tranquilidad, en el sillón reclinable de cuero negro, y como siempre, se mantuvo indiferente como si desconociera su presencia. Encima del televisor, hoy apagado, ubicado frente a su sempiterno lugar de descanso, está el papel y apoyado sobre el, la delicada pluma plateada impide que el viento fresco le desentume sus alas; a distancia puede ver la cuidadosa caligrafía de Ha… Al lanzarse sobre el papel con inusitada tensión, descubrió su liberación de la forma menos esperada:

“Admiro tu lucidez y esa especial fortaleza que te ha permitido sobrellevar con cierta facilidad nuestra desgracia. Yo la veo a diario en tu risa, la descubro cada minuto en tus gestos, en tu forma de ser, en tus ojos, y esas partes de ella que no son tuyas las sufro cuando me miro en el espejo. Me niego a mirarte de frente, me cubro para no percibir el mínimo reflejo de mi imagen. Mi ciclo terminó con ella y sigo aquí, traicionándola, respirando su aire, tomándome su agua, pisando su suelo. No te puedo querer porque el magma de mis emociones enfrió el día que la vida le dijo adiós. Con aprecio Ha…”

Ambos vivieron diferente la misma tragedia.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Cuentos Tiernos... (III)


El Fanfarrón


El niño se queja; su rostro es un montoncito de pliegues que sirven para mostrar su desencanto. Dos lágrimas salan sus amplios mentones. El abuelo camina tranquilo, al acercarse, con cuidadosa e imperceptible ternura roza con la mano izquierda el rudo cabello de su nieto. Parados frente al gran ventanal miran el mar, que empujado por la brisa tibia truena al desdibujarse en la rocallosa orilla, elevando al cielo espumas formadas por millones de diminutas gotas de agua que femeninas decoran el ambiente, queriendo regalar un arcoiris, también de emociones, a los observadores.

El niño se queja porque en la escuela sus amiguitos lo acusan de ser negro y “feo” y de no tener el pelo como ellos. El abuelo, con rostro sonriente y voz paternal le pregunta ¿No te hice el cuento del joven forzudo que pretendía humillar con su figura a dos jovencitos en compañía de una bella chica cuando regresaban de la escuela? Los grandes ojos negros del niño miraron con curiosidad el rostro de su abuelo que todo lo sabe; su abuelo con cara de pasa y mirada inteligente, más inteligente y más sabia que la de su papá. Ven, siéntate en mis piernas y escucha con atención, que es cortito y no te vas a aburrir.

“Había una vez, dos amiguitos regresaban de la escuela, conversaban de lo bien que les había ido en el examen. Como eran muy pobres usaban remiendos en sus pantalones; al morenito, flaco y chiquito hasta se le veían los dedos a través de las medias, porque sus zapatos estaban rotos. En el camino alcanzaron a una jovencita rubia y bonita, que adornaba su cabello dorado con dos trenzas que le tocaban cada hombro. Al mirarla de cerca los niños comenzaron a decirle cosas bonitas. Ella se sentía contenta pero con un poco de vergüenza, porque era una niña decente. Habían caminado dos esquinas acompañándola, cuando se toparon con un jovencito alto, sin camisa, que pretendía con la presunción de su figura humillar a nuestros dos galanes.

Y no te da vergüenza caminar con estos dos descuidados.  – dijo con voz altanera el fanfarrón.

La niña reaccionó con desagrado ante el gesto del nuevo galán. Pero sintió pena porque sus acompañantes no podían competir con su elegancia.

Si deseas te acompaño, para que andes con alguien que esté a tu altura.       –    pronunció de nuevo, expandiendo su torso dejando ver su bien delineada figura.

Los niños miraron a la niña, y esta, sabiendo que sus galanes perdían terreno los miraba con ansiedad esperando una reacción.

El morenito, flaco y chiquito, dirigió la vista hacia su opositor, que pavoneándose dio dos pasos hacia ellos para mostrar de una vez por toda su superioridad, y venciendo su intimidación nuestro amiguito le dijo

-        Te crees con buen cuerpo porque eres alto y porque levantas pesas.

¡Claro que lo tengo! y mejor que el de ustedes dos juntos.  – dijo, y sacudió de un lado al otro su cabeza, moviendo rítmicamente su melena.

El segundo de nuestros galanes no encontraba que decir, cabizbajo evitaba la mirada de la chica, pero el morenito, flaco y chiquito hábil para las respuestas preguntó

 –  ¿La cabeza es parte del cuerpo?

Todos lo miraron extrañados, incluyendo el supuesto galán, que procedió a contestar

-        Si, claro que es parte del cuerpo, ¿Quién no sabe eso?

Y como quien vence en una guerra nuestro galán dijo con orgullo

-   Entonces no creo que tengas mejor cuerpo que yo.

El fanfarrón reaccionó derrotado, y se alejó diciendo maldiciones y palabras difícilmente pronunciables por aquellos que realmente tienen lindo y buen cuerpo.                                                                          
                                                                                                                            La niña sonríe orgullosa, se sitúa en medio de sus dos hermosos acompañantes, y tomados de los codos avanzaron sonrientes hasta donde el camino los separó.”

El niño baja súbitamente de las piernas de su abuelo. Sonríe complacido, siente alegría de infante, su corazón le pide que brinque y salte, y se coloca de nuevo frente al gran ventanal, desde donde puede ver las olas en su perpetuo vaivén. Sabe que sus amiguitos ya no podrán ofenderlo con esas frases que lo herían cada mañana en la escuela. Sus ojos brillan de emoción y de asombro y da gracias a Dios por ser tan generoso al darle un abuelo con tanta sabiduría, que todo lo sabe; su abuelo, con cara de pasa y mirada inteligente, más inteligente y más sabia que la de su papá.